Julie in Balad, Iraq, 2007
Julie in Balad, Iraq, 2007

Después de estar expuesta a pozos de quema en Irak, vivo con enfermedades pulmonares crónicas

Lamentablemente, soy una de las afortunadas

Tal como lo relataron a Nicole Audrey Spector   

Acababa de terminar la secundaria en la década de los 90 y me enlisté en la guardia nacional aérea. Siempre sentí una firme vocación de contribuir y trabajar para mi país. Además, al unirme a las fuerzas armadas podía asistir a la universidad mientras trabajaba para mi país. Algo positivo en ambos sentidos.

Me quedé en Minnesota trabajando para las fuerzas armadas en el área de comunicaciones. Eventualmente obtuve una maestría y un doctorado en salud pública, luego me casé y tuve mi primer hijo. En 2005, participé por primera vez en un despliegue militar. Mi hijo tenía solo 18 meses. Fue una transición difícil. Pero no tenía idea de cuán difícil la vida se volvería hasta que llegue a mi base en Balad, Iraq, una región peligrosa en medio del caos de la guerra de Irak. 

Trabajé con la inteligencia y con vídeos de sistemas de armas. Era un trabajo difícil en un entorno brutal, pero lo insoportable era el aire, el aire que todos en la base, aproximadamente 20,000 personas, respirábamos.   

Nuestra base tenía una fosa de quema enorme con una longitud parecida a la de tres canchas de fútbol americano. Las fosas de quema, si no las conoces, son una forma en la que se puede eliminar la basura en una base militar. Se echa todo tipo de basura en estas fosas ardientes. Eso incluye poliestireno extruido, plástico, municiones, desperdicios médicos y desechos orgánicos de origen humano. La fosa quemaba durante todo el día y toda la noche. Cuando las llamas disminuían, se agregaba combustible para aviones para mantenerlas ardiendo. 

De regreso en mi hogar, cursaba mis estudios médicos medioambientales en el programa de posgrado. En función de lo que aprendí, no tenía ninguna duda de que estábamos respirando toxinas letales que afectarían nuestra salud tarde o temprano. Pero no necesitas una maestría en salud pública para saber que la exposición a una fosa de quema es mala para tu salud. Podías oler el plástico. Podías olerlo en tu piel cubierta de hollín incluso después de ducharte.   

No había ningún protocolo para protegernos del aire que humeaba de las fosas de quema. No usábamos mascarillas. Ni siquiera había una mención de los superiores que estábamos inhalando químicos venenosos. Eran simplemente operaciones normales. 

No pasó mucho tiempo hasta cuando la mayoría de nosotros en la base desarrollamos problemas respiratorios, incluyendo mi mejor amiga, Amie, que trabajaba conmigo. Nos dijeron que era la “suciedad iraquí”, básicamente un efecto colateral respiratorio causado por todo el humo y tormentas de polvo en el área. Nadie mencionó que la fosa de quema era un posible factor de nuestros síntomas. Nos daban antibióticos y eso era todo.  

Julie (left) with her son and Amie with her daughter, 2005
Julie (a la izquierda) con su hijo y Amie con su hija, 2005

Regresé a casa un par de meses después del inicio de mi despliegue militar. Todavía estaba enferma cuando regresé y mis síntomas empeoraron los meses siguientes. El síntoma más incapacitante era la fatiga. Apenas podía levantarme de la cama y no podía mantener el ritmo de mi hijo pequeño. 

Tuve una consulta médica. ¡Visité a tantos doctores! Dijeron que no tenía nada malo. Tenía un poco más de 30 años en ese entonces y mantenía una vida con hábitos saludables (todavía lo hago). Tenía una dieta saludable y no fumaba ni bebía. Los doctores decían cosas tales como: 

“Julie, tienes un niño pequeño, estudias un posgrado y trabajas en las fuerzas armadas, ¡desde luego que tienes fatiga!” O, “Julie, eres joven y saludable. ¿Piensas que algo está mal contigo? Podría ser algo imaginario”. O, “tal vez está relacionado con un TEPT”. O, “Julie, es probablemente angustia”.  

Eventualmente, me dieron un diagnóstico general: fibromialgia. No se puede hacer nada. Acéptalo. 

En 2007, participé en mi segundo despliegue militar, en Balad otra vez. La misma fosa de quema seguía ardiendo continuamente. Cuando regresé a casa, un par de meses después, todavía estaba enferma. Nunca mejoré. 

Amie también estaba enferma. Al igual que yo, tampoco recibió ninguna ayuda ni orientación de los profesionales médicos. Solo nos decían cuán jóvenes y saludables éramos.  

Hice lo mejor para seguir adelante con mi vida a pesar de la fatiga incapacitante. Y en 2008, nació mi segundo hijo. 

En 2013, estaba tan enferma que ni siquiera podía subir las escaleras en mi hogar sin tener dificultades graves para respirar. Incluso caminatas cortas con mi familia me agotaban y me dejaban sin aliento. Estaba exhausta y con mucha dificultad para concentrarme. 

Fue entonces cuando empezó una montaña rusa de emociones de cinco años para tratar de obtener un diagnóstico preciso. Finalmente, encontré un neumólogo que se propuso identificar la causa de mis síntomas. Pero varias pruebas de imagenología no mostraron, visualmente, nada malo en mis pulmones. 

Eventualmente, me hicieron una biopsia pulmonar. Esta es una cirugía invasiva después de la cual tuve que recuperarme por un año y ahora tengo tres filas de grapas en mis pulmones. Estarán allí permanentemente. 

La biopsia reveló que mis pulmones estaban cubiertos con hollín y contenían partículas metálicas. Me diagnosticaron varios trastornos pulmonares: enfisema, fibrosis pleural, pleuritis crónica y bronquiolitis constrictiva (pulmón de palomitas de maíz), todos trastornos pulmonares crónicos.   

Tener los diagnósticos finalmente me hizo sentir convalidada, pero, desafortunadamente, no hay tratamiento ni cura para lo que tengo. Si los trastornos progresan, en algún momento necesitaré oxígeno suplementario las 24 horas del día, los 7 días de la semana. 

Muchas de las personas con las que trabajé en Balad han muerto de cánceres relacionados con exposición a fosas de quema. La mayoría de ellas ni siquiera tenían 40 años cuando murieron. 

Y Amie. Mi mejor amiga. Mi amiga del alma. Amie. También falleció de cáncer pancreático. Solo tenía 36 años y dejó atrás a tres hijos y a su esposo.

Julie, in the East Room of the White House
Julie, en la sala este de la Casa Blanca el 10 de agosto de 2022, después de la firma de la LEY PACT por el Presidente Biden. Las actividades de Julie de defensa de los derechos fueron útiles para que se implemente la ley PACT, que incrementa los beneficios y la atención médica de la VA [Administración de servicios para veteranos] para veteranos expuestos a fosas de quema, al agente naranja y a otras sustancias tóxicas.

Ya me jubilé de las fuerzas armadas. Desde que me jubilé, me prometí concientizar a la gente para que hayan cambios. En mi calidad de presidente del comité científico de Burn Pits 360 [Fosas de quema 360], una organización de defensa de los derechos de los veteranos, ayudo a concientizar a la gente acerca de la terrible falla de las fuerzas armadas de asumir la responsabilidad de las fosas de quema que nos hicieron daño o nos mataron. 

Vivir con una enfermedad crónica es difícil, pero hay algo especialmente duro de tener una enfermedad que es invisible. No “parezco estar enferma”. Y algunos días, los buenos, me veo en el espejo y olvido que sí, estoy enferma y solo empeoraré con el tiempo. 

Soy una de las afortunadas. Estoy aquí con mi familia. Puedo seguir con mi vida, incluso si es a un paso más lento que la mayoría. Y, puedo respirar, incluso si no siempre es fácil hacerlo. 

Pienso en Amie y en otras personas asombrosas con las que trabajé que murieron después de estar expuestas en forma crónica a fosas de quema. Y creo en todas las mujeres que viven con enfermedades invisibles que son ignoradas por sus doctores con indiferencia.  

Debemos defender nuestros derechos. Debemos encontrar a personas como nosotros y unir nuestras voces. Nunca debemos rendirnos. El pasado está atrás, sí. Lo quemaron completamente. Pero las cenizas están ahí. Y nos levantaremos de las cenizas. 

Este recurso educativo se preparó con el apoyo de AstraZeneca. 

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