Tal como lo relataron a Nicole Audrey Spector
Hubo una época en la década de los 90 en la que sentía que no tenía muchas opciones en mi vida. Me había convertido en madre recientemente, justo después de graduarme de la secundaria y estaba ganando el salario mínimo (solo $4.25 la hora, en ese entonces) en un trabajo sin prospectos de mejora. No podía seguir el ritmo de mis gastos, me sentía mal por mi situación y me preocupaba el futuro de mi hija.
Una de mis mejores amigas, llamémosla Maggie, me dijo que planeaba unirse a la infantería de marina después de graduarse de la secundaria el año siguiente. Maggie estaba emocionada acerca de la oportunidad y me preguntó si quería reunirme con la persona que la reclutó.
“Esto podría cambiar tu vida”, dijo Maggie.
Acepté reunirme con el reclutador. No habían muchas mujeres reclutas en ese tiempo, y, en parte, debido a mi excelente estado físico, el reclutador tenía muchas ansias de que me una a las fuerzas armadas. Habló acerca de todas las formas en que mi reclutamiento realmente sería algo bueno para mí. Lo hizo sonar como si mi reclutamiento finalmente me permitiría triunfar financieramente en un mundo en el que hasta ese entonces me resultaba muy difícil sobrevivir. Pero había un problema importante: Tenía una bebé y no estaba casada.
El reclutador me dijo que podía entregar a mi hija en adopción o podía casarme. Estar casada me permitiría ser elegible para llenar un formulario de dos dependientes, el cual me permitiría ganar más que un recluta sin dependientes, para mantener a mi familia.
Entregar a mi hija en adopción no era una alternativa para mí, así que el reclutador llamó a mi novio y nos convenció de que nos casemos. Incluso dijo que pagaría por la licencia de matrimonio. Aceptamos la oferta y a pesar de que todavía estamos juntos y felices, un matrimonio rápido en un juzgado no era lo que había imaginado para mí. Solo éramos unos niños de 19 años.
Mi decisión de trabajar en las fuerzas armadas no se basó en el dinero; también sentía pasión por servir a mi país y por marcar una diferencia positiva y significativa en el mundo. Estaba lista para dar mi mejor esfuerzo.
Pero mis grandes sueños pronto se desmoronaron cuando, al unirme a las fuerzas armadas, descubrí que casi todo lo que el reclutador dijo para convencerme era mentira. No tuve más remuneración que otros reclutas nuevos, a pesar de llenar el formulario de dos dependientes. Y en vez de poder estar con mi familia, tal como se nos prometió a mi esposo y a mí, nos separaron inmediatamente cuando me enviaron a trabajar en Okinawa.
También era difícil ser una mujer en la infantería de marina. La cultura era machista y hostil. A menudo me sentía muy sola y extrañaba desesperadamente a mi esposa y a mi hija.
Luego las cosas se pusieron aún peores. Una noche, cuando estudiaba en la facultad de comunicaciones, después de haber bebido mucho, un soldado a quién conocía y que pensé que era alguien en quién podía confiar me agredió sexualmente. Consideré reportar el incidente, pero me desalentó cuán complicado y desolador sería ese proceso (para mí). Pensé en todo el escrutinio y en las posibles retaliaciones a las que me expondría, en contraste con lo que sucedería con mi agresor.
Así que solo traté de olvidar el incidente, pensando que era mi culpa que me hayan agredido. Sentía que era mi culpa porque bebí hasta perder el conocimiento.
Un poco después de la agresión, estaba embarazada de nuevo. Cuando estaba en mi tercer trimestre de embarazo y preparándome para regresar a Estados Unidos para el parto de mi bebé, otro colega me agredió sexualmente de nuevo en Okinawa. Traté de olvidar ese horrible incidente también.
Sabía que estaba en un entorno tóxico y violento en la infantería de marina, pero también tenía mucho éxito y recibía reconocimiento de los líderes por mis méritos. Estaba haciendo más dinero que nunca y finalmente podía mantener a mi familia.
Así que lo soporté y estaba determinada a no renunciar.
Pero el machismo agresivo de las fuerzas armadas no mejoró para nada. Después de las dos agresiones sexuales, me convertí en el blanco de acoso sexual de un soldado de alto rango quien pensé que creía genuinamente en mi talento y potencial. En realidad, él solo me estaba preparando para aprovecharse de mí sexualmente. Cuando lo rechacé, encontró formas para desquitarse. Reporté el problema y pude alejarme de él, pero no sin consecuencias. Mis amigos me excluyeron y me convertí en el objeto de rumores crueles y despiadados.
Eventualmente terminé abandonando la infantería de marina, pero solo porque me diagnosticaron una enfermedad de coagulación de la sangre y tuve que depender de un régimen diario de medicamentos que hace imposible que participe en despliegues militares. Esta dependencia médica hizo que no pudiese trabajar más en las fuerzas armadas.
Durante años, mantuve en secreto el abuso que sufrí en la infantería de marina, contándolo únicamente a mis seres queridos más cercanos. Pero luego, en 2020, se publicó en la noticia del asesinato brutal de Vanessa Guillen, una militar de Fort Hood. Fue algo repugnante, desgarrador y traumático.
Aunque no sentí culpa por la muerte trágica de Vanessa, tuve una sensación de responsabilidad y vergüenza por mi silencio. Ese era el momento oportuno para hablar sobre el abuso que sufrí a manos de hombres de las fuerzas armadas. Desde ese entonces me convertí en una promotora decidida y directa del progreso y de la igualdad en las fuerzas armadas. Y nunca me quedaré callada de nuevo.
El sistema en las fuerzas armadas es completamente inservible. Sabemos esto porque reportar agresiones y acosamientos sexuales a menudo puede ocasionar venganza y retaliación de otros miembros y oficiales de las fuerzas armadas. Hay conversaciones acerca de en qué forma la sociedad debe hacer un mejor trabajo antes que las fuerzas armadas puedan hacerlo. Pero de hecho, es todo lo contrario. Las fuerzas armadas deben asumir la responsabilidad de su cultura abusiva y deben trabajar intensamente para cambiarla. Los entornos militares deben convertirse en lugares en los que se promueva el honor y el respeto. Deben liderar el cambio.
En general, estoy orgullosa de lo que logré en la infantería de marina. Sé que hice un gran trabajo. Ahora no hablo sintiéndome débil ni derrotada, sino que lo hago sintiéndome fuerte y empoderada.
No sientas tristeza por lo que me pasó. Enójate conmigo y unamos fuerzas para hacer un cambio positivo y duradero.
Este recurso educativo se preparó con el apoyo de los fundadores del programa Ready, Healthy & Able.
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