Tal como se relató a Erica Rimlinger
Puesto que soy miembro de una familia militar, servir a mi país está en mi ADN. Desde que estaba en el colegio sabía que trabajaría en las fuerzas armadas y la fuerza naval pagó por mis estudios superiores con una beca del NROTC [Cuerpo de capacitación de oficiales navales de reserva]. Me casé dos días después de graduarme de la universidad. Y dos semanas después, mi esposo y yo viajamos a Virginia donde me reporté en mi primer lugar de trabajo en las fuerzas armadas. Me asignaron a un destructor y mi trabajo era aprender a desenvolverme como una oficial naval y liderar la división de tácticas de guerra antisubmarinos. Un poco después de haber cumplido un año de servicio, participé en un despliegue militar de siete meses en el Golfo Pérsico.
Cuando mi despliegue militar terminó, tomé un trabajo administrativo y mi esposo y yo decidimos que era un buen momento para empezar a tratar de tener un bebé. Desafortunadamente, después de que dejé de tomar las píldoras anticonceptivas, mi período menstrual ya no era regular. Pasaron seis meses sin que tenga un período menstrual regular, y lo más notable era que no me embaracé. Mi doctor de cabecera no se alarmó. Sí, admitió que era un poco raro que una mujer de 23 años tuviese problemas de fertilidad, pero quería esperar todo un año antes de empezar con tratamientos de fertilidad.
Pero tenía una aplicación, la cual estaba recolectando datos que me demostraron, y tal vez más importantemente, que demostraron a mi doctor que algo de mi ciclo no estaba bien. Después de revisar más de seis meses de datos, mi doctor me prescribió clomifeno, un medicamento que ayuda con la ovulación, el cual me hizo sentir unos bochornos feroces sin resultados positivos de las pruebas de embarazo.
Tratar de concebir se transformó de algo divertido a algo rutinario. Tuve que lidiar con el estrés, la ansiedad y mi identidad de mujer porque no podía hacer lo que “se suponía” que simplemente debía suceder naturalmente. Nuestra esperanza impulsaba cada paso que dábamos en este camino empinado parecido al de una montaña rusa hasta llegar a la cima y cada prueba negativa de embarazo hacia que caigamos en picada por la decepción. Intentábamos nuevamente con nuestras esperanzas y corazones cada vez más lastimados. Tenía la frustración adicional de saber que mi ciclo señalaba que algo estaba mal y que tenía los datos para probarlo.
Finalmente, después de un año, me refirieron a un especialista en fertilidad, un endocrinólogo reproductivo. Estaba agradecida de que la fuerza naval pagase por esta atención, pero obtener una cita después de la referencia tomó algo de tiempo. No podíamos esperar mucho porque: En algún momento debía regresar a alta mar y perdería mi oportunidad de tener mi primer bebé.
El endocrinólogo reproductivo tenía un trato tosco que rayaba casi en la mala educación. “Tienes 24 años. ¿Por qué estoy tratándote?”, me preguntaba repetitivamente. Durante todas las pruebas, que incluyeron exámenes de sangre y ecografías, descubrimos que había una razón por la cual no podía embarazarme. Tenía el síndrome de ovario poliquístico (SOP) y no estaba ovulando. Empecé a tomar un medicamento para el SOP, pero no fue útil. En ese momento, cumplía con los requisitos para un procedimiento llamado inseminación intrauterina (IIU) por el cual el esperma de mi esposo se colocaría directamente en mi útero con la esperanza de que me embaracé.
En esos momentos vivía en Virginia y empecé a viajar regularmente al centro médico Portsmouth de la fuerza naval en Hampton Roads. Afortunadamente, tenía un jefe que me permitía tomar tiempo de descanso para todas las consultas médicas. Tomaba clomifeno y fui a varias citas para ultrasonidos para constatar que los folículos en mis ovarios estén creciendo. Teníamos que seguir teniendo estas citas médicas hasta que estén listos.
Mientras tanto, mi esposo proporcionaba muestras de su esperma, los cuales yo recibía mediante “inseminación en el hogar” con una jeringa. Mi esposo me inyectaba en la parte superior de mis glúteos, no era placentero para ninguno de los dos. Puesto que estaba en servicio activo, estos tratamientos estaban cubiertos por la fuerza naval. La única parte del proceso que pagamos sin reembolso fue la preparación de las muestras que mi esposo proporcionaba, puesto que él no era miembro de las fuerzas armadas.
El segundo intento funcionó. Tuve una corazonada de que funcionó en ese momento y ese instinto se confirmó una semana después del procedimiento cuando abrí otro paquete de pruebas de embarazo y obtuve mi primera línea rosada. Estaba emocionada mientras tomaba una foto de la delgada línea rosada que nos informaba que nuestro sueño de ser padres estaba cada vez más cerca.
Desde el punto de vista técnico, mi embarazo era de alto riesgo, pero mi opinión personal es que el embarazo fue fácil y placentero hasta la mitad de mi tercer trimestre. Aproximadamente en la semana 32, noté que me estaba hinchando. Al igual que muchos compatriotas de la fuerza naval, me da orgullo poder seguir adelante a pesar del malestar. Pero cuando estás embarazada, seguir adelante ignorando el malestar puede ser algo riesgoso.
Empecé a tener contracciones de Braxton Hicks en la semana 34 mientras manejaba a casa desde el trabajo. Un policía de tráfico de hecho me detuvo por exceder el límite de velocidad. Una vez que se dio cuenta que estaba teniendo contracciones llamó a una ambulancia para que me lleve al hospital local, pero a pesar de eso me multó. (Hasta ahora pienso en es y digo, “¿en serio?”) Allí, mis exámenes de sangre mostraron que tenía niveles proteínicos tan altos que el personal hizo la prueba dos veces porque pensaron que el laboratorio cometió un error. Me dijeron que haga seguimiento con mi ginecólogo obstetra quien me diagnosticó la siguiente semana con preeclampsia (presión arterial alta que ocurre durante el embarazo) y me dijo que no saldría del hospital hasta que nazca el bebé.
Di a luz en la semana 35 y vi como mi bebé fue llevado a la unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) por apnea debido al medicamento para la preeclampsia. Eventualmente llevaron a mi bebé a la UCIN de un hospital más grande para que reciba más atención. Finalmente pude sostener a mi hijo en mis manos por primera vez 48 horas después de que me dieron de alta. Pudimos regresar a casa después de haber pasado dos semanas en el hospital, por fin una familia de tres.
Creo que hubiera tenido a mi primer bebé mucho más tarde si no hubiese defendido mis derechos con mi doctor. Conocía mi cuerpo y tenía los datos de mi aplicación de fertilidad para respaldar la corazonada que tenía de que algo no estaba bien.
Ahora, que soy una madre desde hace 12 años, espero que mi historia ayude a otras mujeres de las fuerzas armadas a entender cuán importante es que participen activamente en su atención médica. Y recomiendo a todas las mujeres que escuchen a sus cuerpos y que confíen en sus instintos.
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