Tal como se relató a Erica Rimlinger
Ese día mi esposo partía para un despliegue militar y él y yo estábamos despiertos mucho antes de que amanezca para prepararnos. Después de tomar una ducha rápidamente, vi algo extraño en el espejo. Una mancha en la piel debajo de mi mama derecha que parecía una quemadura. La marca era distintiva y sabía que no estaba ahí el día anterior.
Mientras salía con prisa por la puerta y se despedía de mí y nuestros dos hijos, quienes tenían 6 y 12 años, mi esposo se aseguró de decirme, “haz que un doctor revise eso. Por favor, hazlo hoy”.
Lo hice y mi doctor encontró tres masas en esa mama. Dijo que me estaba refiriendo inmediatamente para una mamografía, una RM y una biopsia en un hospital para civiles que proporcionaba esos servicios. Puesto que tenía 39 años y no tenía antecedentes familiares de cáncer, nunca me había sometido a una mamografía antes.
Los días en que los soldados parten a despliegues militares siempre son ajetreados y emocionales y eso implica que las familias deben reconfigurarse para funcionar como unidades familiares con un solo padre. Estaba acostumbrada a hacer ese ajuste, pero la idea de que podía tener cáncer era un cambio de vida demasiado dramático para que una persona lo maneje en un solo día. Quería llamar a mi esposo para recibir apoyo, pero estaba viajando y no podía comunicarme con él durante al menos 24 a 48 horas.
En 2013, los soldados no tenían acceso regular a teléfonos celulares. Hacían una fila para llamar a sus hogares una vez al día. Esperaba su llamada diaria para darle noticias de los niños cuando ellos no estaban cerca. Tuve que esperar más de dos semanas para obtener los resultados de mi biopsia en sacabocados, así que lo que le reportaba a mi esposo todos los días era, “todavía no los recibo”.
Los resultados de mi biopsia llegaron finalmente minutos después de una de nuestras llamadas diarias. Me puse a llorar y supe que tendría que esperar otras 24 horas para decirle a mi esposo que una lucha acababa de empezar aquí en casa.
Trabajaba a tiempo completo y mis hijos tomaban el resto de mi tiempo con la escuela, las prácticas para la banda, clases de baile y sus estudios. Estábamos ocupados, pero teníamos una rutina. Esa rutina estaba a punto de tener una colisión con un curso inmediato y agresivo de quimioterapia para mi cáncer de mamá de etapa 2. Tenía que aparentar fortaleza por mis hijos, pero internamente me moría de miedo.
El ejército envió a mi esposo de regreso a casa con un permiso especial para ayudarnos a lidiar con la crisis. El clima no cooperó durante su largo viaje a casa y tuvo que desviarse a Houston, que quedaba a unas horas de distancia. Fui en carro a recogerle y cuando le abracé en el aeropuerto pude sentir apoyo por primera vez. No tenía que pelear esta lucha sola.
Mi primer tratamiento de quimioterapia, doxorrubicina, conocida como el infame “diablo rojo”, causó una reacción tan mala que tuve que suspender el tratamiento y reanudarlo posteriormente. Pero la quimioterapia era solo una parte de la lucha de nuestras vidas. Para ese entonces había dejado de trabajar y tuvimos que adaptarnos de un hogar con dos ingresos a uno de un solo ingreso. Habíamos acabado de comprar una casa nueva cuando recibí el diagnóstico y el pago de la hipoteca dependía de que contemos con dos salarios y, obviamente, no consideramos cuentas médicas imprevistas.
Siempre habíamos tenido cuidado con nuestras finanzas y vivíamos según lo que podíamos pagar, pero repentinamente nuestra familia empezó a tener dificultades financieras. Puesto que estaba casada con un militar y venía de una familia militar, estaba acostumbrada a lidiar con circunstancias nuevas con resiliencia. No pedimos ayuda. Por primera vez en nuestras vidas, nos preocupaba el costo de la gasolina con mi nuevo viaje diario de 45 minutos a las instalaciones en las que recibía mi tratamiento. Nos preocupaba cómo alimentar a nuestra familia. Pero no aplicamos para programas de alimentos gratuitos en el colegio de nuestros hijos. Todos los días nos preocupaba llegar a estar en bancarrota y perder nuestra casa.
Afortunadamente, teníamos una comunidad que nos brindaba apoyo y que se organizó para ayudarnos con actos aleatorios de bondad, grandes y pequeños. Después de la quimioterapia, de una mastectomía doble y de una histerectomía, ya no contábamos con ese apoyo, al que solía referirme como “confeti de cáncer”, pero las secuelas financieras y físicas todavía estaban presentes.
La historia de cáncer de nuestra familia no terminó allí. Mi mamá, que también estaba casada con un militar, recibió un diagnóstico del mismo tipo de cáncer de mama unos años después de mi diagnóstico. Mientras mi mamá luchaba contra el cáncer, encontré otra masa en la pared torácica, en el mismo lugar en el que se encontraban mis tumores anteriores, y me volvieron a diagnosticar cáncer. Aunque pruebas genéticas no identificaron un gen canceroso específico en ninguna de nosotras, me preguntó si una conexión genética simplemente no había sido descubierta todavía.
Mi esposo estaba, otra vez, en un despliegue militar cuando esto ocurrió. Tenía que encargarme del cuidado de mis hijos mientras planificaba y me sometía a una cirugía para extraer implantes, radiación y viajes a Georgia para estar ahí con mi mamá, quien para ese entonces estaba en una unidad de cuidados paliativos. Esta vez, el ejército retrasó el regreso de mi esposo.
Lidiar con la carga financiera, la enfermedad, las complicaciones médicas y el miedo me dio la idea de asegurarme que otras personas no tengan que experimentar esto y también quería proporcionar apoyo como agradecimiento por la ayuda que recibí. Fundé una organización sin fines de lucro llamada Pink Warrior Angels para proporcionar ayuda tangible y real a familias de militares cuando más lo necesitan.
Pink Warrior Angels proporciona ayuda económica por adelantado a personas que luchan contra el cáncer y que están acostumbradas a brindar apoyo a sus familiares militares. Organizamos ayuda real para todas las tareas que no cuentan con apoyo durante luchas contra el cáncer, tales como recoger a niños en la parada de autobús y cortar el césped. Proporcionamos información a cónyuges de militares para que sepan cómo usar el sistema médico militar y como defender sus derechos para obtener segundas opiniones y recibir atención adecuada para cada situación individual, ya sea en una base militar o en instalaciones para civiles. También proporcionamos apoyo para cónyuges.
He aprendido mucho durante esta experiencia y deseo transmitir lo que he aprendido: Principalmente, que cuando las familias de militares tienen que enfrentar batallas en varios frentes, solo podemos ganar si peleamos juntas.
Este recurso educativo se preparó con el apoyo de AstraZeneca.
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