Tal como se relató a Erica Rimlinger
Ingresé al ejército cuando tenía 20 años, después de un par de años de trabajar como mesera y técnica médica de emergencia (EMT, por sus siglas en inglés). Mi meta era ser una oficial de policía en las fuerzas armadas. Siempre quise ayudar y soy una persona decidida. Me uní oficialmente al ejército el día de San Valentín de 2008 y en dos semanas salí de Virginia y fui a Missouri.
Mi trabajó me encantó desde el principio. Era feliz y mi esposo y yo deseábamos tener bebés. Tratamos de que me embarace por casi un año, pero una vez que eso ocurrió, entendí claramente que mi matrimonio no era tan sólido como pensaba. Lejos de nuestro hogar, mi esposo estaba separado de su red de apoyo y le fue difícil encontrar trabajo como bombero y EMT.
Mi embarazo fue normal, pero el parto fue difícil. El parto despertó traumas sexuales de mis años de adolescencia y no podía encontrar las palabras para describir las razones por las cuales me sentía tan mal después de tener un bebé saludable. Le amaba mucho, pero estaba muy abrumada.
También me aterraba volver a trabajar como oficial de policía de las fuerzas armadas. Solo recibí siete semanas de permiso de maternidad y tuve dificultades para sanar física y mentalmente. La lactancia mientras trabajaba también era difícil, no solo porque era la única que lo hacía, sino porque no tenía ningún lugar al cual pudiese ir que fuese privado y limpio. Me dijeron que podía usar una caseta en el baño principal, pero me negué, nunca llevaría mis alimentos allí, y peor la comida de mi bebé.
Hice una búsqueda en la unidad y finalmente encontré un lugar, el armario de impresoras de mi comandante. No tenía iluminación ni seguro en la puerta, pero al menos tenía privacidad. Abría el microondas para usar su luz y extraía la leche mientras me sentaba con mi espalda contra la puerta para evitar que personas entren. Cuando la impresora imprimía documentos nuevos, usaba mi mano libre para deslizar los papeles bajo la puerta para evitar que alguien entrara cuando mi torso estaba descubierto.
Para ese entonces, tenía 21 años y mi esposo y yo nos habíamos separado y él regresó a Virginia. Inicié el proceso de divorcio tres meses después del parto. Con mi llanto y mi mal estado de ánimo constantes, además de los abrumadores requerimientos de la paternidad, supe que eso sería un alivio para ambos.
La lactancia se sentía como la única parte de la maternidad en la que estaba teniendo éxito o en la que sentía algo de control. Mientras me agachaba en el armario de impresoras, me di cuenta de que la sala en la que tomaba turnos para extraer la leche era literalmente la única cosa que estaba yendo bien en mi vida desde el parto. Mientras deslizaba muchos papeles bajo la puerta, sabía que esta victoria era pequeña.
Estaba trabajando en las noches como policía y me sentía completamente abrumada al tratar de encontrar cuidado infantil y mi depresión del posparto (DPP) empeoró. Me sentía absoluta y completamente derrotada. Mi vida de madre militar soltera no era sostenible. Mi terapeuta recomendó que busque medicamentos de un psiquiatra, pero después de todo el lío que armé para encontrar una sala en la que pudiese extraer la leche materna, no quería atraer atención al solicitar una referencia.
Cuando finalmente acepté tener una consulta con un psiquiatra, el doctor vio que mi situación no era manejable y recomendó que tratase de retirarme por razones médicas. Estaba triste puesto que pensaba que había fracasado enormemente. Mis colegas no ayudaron con su desprecio que contribuyó con mi enorme sensación de vergüenza y culpa: Una oficial me acusó de fingir mi DPP y mi divorcio para poder dedicarme a “comer bombones”.
Aproximadamente seis semanas antes de que el trámite de mi retiro finalice, me enviaron a una misión de entrenamiento de seis semanas. Traté de indicar que no necesitaba entrenamiento porque me estaba retirando pronto. Pero había algo más importante: ¿A dónde iría mi recién nacido? A mi comandante francamente no le importaba. El ejército me dio un permiso de cuatro días para que pudiese conducir 18 horas a Virginia para dejar al bebé que solo había tomado leche materna en la casa de mis padres y luego conducir de regreso con el clima helado de febrero. No sabía cuándo iba a poder verlo otra vez, puesto que no conocía la fecha en que me darían de baja.
No hay enchufes en el campamento de entrenamiento, así que no pude traer mi extractora de leche eléctrica. Mi extractora manual se rompió el primer día. Le rogué al médico, quien se dirigía de regreso a la base, que por favor, trajese mi extractora eléctrica, esperando que pudiese regresar antes de que se secase mi leche. Tenía que enchufar la extractora en el generador en el centro del campamento y utilizarla allí, usando un poncho para tener privacidad. Esas humillantes sesiones públicas de extracción de leche, que causaron observaciones de mal gusto de soldados hombres, solo hicieron que me sintiese más afortunada de salir del ejército.
El médico almacenó mi leche materna en el congelador y pude enviarla por correo a Virginia cuando se acababa el entrenamiento. Hasta ahora me siento orgullosa de que a pesar de todos los obstáculos que el ejército puso al frente mío, encontré formas para no interrumpir el período de lactancia de mi bebé.
Después de mi retiro, me convertí en una estudiante de partera, y luego traté de obtener mi licencia de enfermera con especialización en salud de la mujer. Quería asegurarme de que ninguna otra mujer tuviese las terribles experiencias de parto y posparto que tuve yo. Aunque el ejército me dio un ejemplo extremo de falta de apoyo en lo que se refiere a las necesidades posparto, ese tipo de entorno hostil no es algo raro. Al reconocer que frecuentemente se ignora la salud mental de los padres, obtuve más capacitación en psiquiatría.
Justo cuando terminaba mi programa de psiquiatría, la pandemia de la Covid-19 golpeo a padres que ya tenían estrés y que ahora tenían que lidiar simultáneamente con educación en el hogar y trabajos a tiempo completo. Los padres estaban pasando por momentos increíblemente difíciles, especialmente las mujeres embarazadas y las madres durante el período posparto.
Durante la pandemia, empecé a proporcionar mis servicios de salud mental para padres y personas queer. Encuentro gratificante mostrar a padres que tienen opciones y ayudar a mamás a encontrar medicamentos que sean seguros para sus bebés mientras están en el período de lactancia o de embarazo. Principalmente, quiero que los pacientes a quienes proporcionó mis servicios sepan que los veo, entiendo, y que sin importar qué dificultades tengan, no las enfrentarán solos.
Este recurso se preparó con el apoyo de los fundadores del programa Ready, Healthy & Able.
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