Tal como se relató a Erica Rimlinger
Tuve mi primera mamografía a los 35 años, mi doctor empezó a examinarme en forma temprana debido a los antecedentes de cáncer de mi familia. Esa mamografía no mostró ningún problema. Tan solo 12 meses después, cuando me hice la siguiente mamografía, ésta reveló un tumor grande, que crecía rápidamente, y que ya había alcanzado la etapa 3A y mis ganglios linfáticos.
Tenía 36 años y había vivido en Estados Unidos durante tan solo 14 meses. Ahora tenía cáncer de mama y muchas preguntas que deseaba hacer en un idioma que no conocía bien. Además, mi esposo, mi hija pequeña y yo recientemente nos habíamos mudado de Texas a California. No tenía familiares, amigos, ni un sistema de apoyo en mi nuevo estado.
Me dolía estar lejos de mi familia: mi papá estaba en México, en una unidad de cuidados paliativos por su cáncer. No podía ir a donde él estaba por mi enfermedad y otros familiares no podían visitarme por la de él.
La vida estaba moviéndose más rápido de lo que pensaba que era posible. Empecé con la quimioterapia la misma semana que recibí el diagnóstico. El impacto cultural se opacó por el tratamiento contra el cáncer. Pero incluso entonces, entendía completamente mis ventajas y privilegios en esta situación. Tenía seguro. Mi esposo me ayudaba a traducir términos médicos y tenía un equipo excelente de atención incluyendo un oncólogo, un cirujano, un director espiritual, un psicólogo y un nutricionista. Apreciaba especialmente el método integral de mi centro médico para la atención porque me permitió pensar en mi tratamiento como una oportunidad para aprender acerca de prácticas médicas y de bienestar las cuales podía implementar inmediatamente.
Las pruebas genéticas no asociaron mi cáncer a un gen específico, pero con la ayuda del personal de educación del hospital y por mi propia curiosidad, aprendí acerca del papel que los factores del estilo de vida pueden jugar en los riesgos del cáncer. Aprendí cómo alimentarme mejor y cómo lidiar con la quimioterapia y la radiación con meditación y masajes. También aprendía más inglés cada día y cómo usar mi nuevo idioma para defender mis derechos. Seleccione cuidadosamente mi equipo de atención para que se adaptara a mis circunstancias y a mi tratamiento. No era fácil decir “quiero que otro cirujano me opere”, en cualquier idioma, pero después de expresarme con respeto y humildad mi equipo de atención actuó acordemente.
Mi padre falleció por su cáncer durante mi quimioterapia. He escuchado que personas describen al cáncer como una batalla, pero no me gusta pensar en mi experiencia o en la de mi familia con esos términos agresivos. Para mí, el cáncer es parte de mi vida y de la historia de mi familia. Fue difícil, desde luego. Mientras lamentaba la muerte de mi padre, perdí mi cabello, disminuí de peso, tuve anemia y me enteré que tendría una mastectomía doble y que tendría que remover mis ovarios. También me enteré que tendría que recibir radiación y terapia hormonal durante algunos años o tal vez para siempre.
No me interesaba “pelear” mientras recibía estos tratamientos: Quería que tuviera éxito. Tal como lo hice yo cuando vine a este país, quería aprender todo lo que pudiese acerca de mí nueva situación. Esa era mi vida en esos momentos. Podía luchar contra la situación o adaptarme a ella. Me adapté a ella y traté de aprender lo más posible.
Había mucho que aprender. Primero, aprendí que el cáncer es la causa principal de muerte para personas hispanas en Estados Unidos. Puesto que era la cuarta persona de mi familia inmediata que tenía cáncer (después de mi abuela, madre y padre), esto no era sorprendente para mí.
Para mantenerme ocupada y para conservar mi salud mental, durante tratamientos largos empecé un blog que llamé “Rosa es rojo”. En inglés se traduce como “pink is red”. Sentía que el color de la marca del cáncer no me representaba. Para mí, el rojo significa pasión y fuerza. Necesitaba fuerza y descubrí, mediante mi blog, que la estaba creando para mí y para otras personas. Escribía para sanar y para compartir lo que aprendía a medida que adoptaba un estilo de vida nuevo y más saludable. Soy una persona curiosa y me encanta estudiar y aprender. A medida que investigaba temas tales como el bienestar, el ejercicio, la nutrición, mentalidades positivas y el perdón como métodos para establecer buenas prácticas de salud para mi mente y cuerpo, me di cuenta que también estaba creando una comunidad.
Dos años después de mi diagnóstico, me mudé a Texas otra vez con mi familia, con mi mente y cuerpo más fuertes que nunca. Convertí mi blog en una comunidad médica sin fines de lucro para mujeres hispanas en EE.UU. Ofrecemos clases, talleres, transmisiones multimedia, programas de mentoría virtuales y presenciales y aplicaciones para proporcionar educación relacionada con el bienestar.
Mi primera meta era expandir la comunidad que había creado cuando más la necesitaba y llegar en una forma más significativa a la comunidad hispana. A medida que seguimos incrementando nuestro alcance, mi siguiente meta es desarrollar una comunidad hispana más saludable y fuerte. Necesitamos nuestra salud y nos necesitamos mutuamente para gozar en una forma más íntegra de una vida fuerte y vibrante. El proceso de aprendizaje de estas lecciones no fue fácil, pero considero que mi experiencia relacionada con el cáncer es un regalo y un privilegio, uno que sigue enriqueciendo mi vida en formas inesperadas y que abre mi corazón a aventuras nuevas.
Este recurso se preparó con el apoyo de Merck.