Tal como lo relataron a Nicole Audrey Spector
Quería trabajar en las fuerzas armadas desde que estaba en la secundaria. Mi pasión por servir y retribuir impulsaba mi interés. Después de experimentar las dificultades de laborar en tres trabajos sin tener la capacidad de pagar una educación superior, supe que las fuerzas armadas sería un paso natural con el cual no solo que podría trabajar para mi país, sino que también podría obtener una educación superior.
Me enlisté cuando tenía 22 años y me convertí en una analista de inteligencia. Esto sucedió en 2010, cuando existía y estaba vigente la prohibición de preguntar e informar (DADT, por sus siglas en inglés), la cual impedía que personas lesbianas, homosexuales y bisexuales revelen su orientación sexual.
No era completamente abierta acerca de mi sexualidad con mi familia, así que estaba acostumbrada a mantener mi identidad sexual lésbica en secreto. A pesar de eso, la presión de las fuerzas armadas para que ocultara mi verdadero yo era una carga pesada. Causó mucho sufrimiento emocional saber que si compartía información acerca de mi sexualidad, no solo que me darían de baja en una forma deshonrosa de las fuerzas armadas, sino que tampoco podría cumplir con el valor esencial de la fuerza aérea de integridad. Pero estaba determinada a enfocarme en mi trabajo y a no dejar que la DADT me afecte. Mantuve la cordura incluso después de que me sucedió una de las peores cosas que una persona puede experimentar: Me agredieron sexualmente.
Puesto que estaba intoxicada en esos momentos, y, posiblemente, porque fue un trauma enorme, solo tengo recuerdos borrosos y difusos de lo que ocurrió esa noche. Recuerdo que conocí a un hombre, también de las fuerzas armadas, y que fui a su dormitorio. Tenía la firmeza de que no tendría relaciones sexuales con él. No solo que no me sentía atraída a él (o a hombres en general), sino que además yo era virgen. Crecí en un hogar muy cristiano, yo era cristiana y usaba un anillo de pureza para expresar mi compromiso con mantenerme virgen hasta el matrimonio, o, al menos, hasta enamorarme.
Recuerdo que traté de alejarme de él diciéndole que pare una y otra vez. No recuerdo lo demás. Desperté la mañana siguiente en mi dormitorio, sintiéndome completamente aletargada por dentro.
Luego hice exactamente lo que aconsejan a sobrevivientes de violaciones que no hagan: Me duché. Solo quería remover cualquier residuo de este extraño y de todo lo que me había hecho. Y sentí una culpa abrumadora, creyendo falsamente que la agresión nunca hubiese ocurrido si no hubiese estado borracha. Sentía que era enteramente mi culpa.
Ese día, dejé de usar el anillo de pureza y no lo volví a usar. Sentí vergüenza de que esta parte más preciada de mí, esta parte que estaba conservando, fue robada en una forma violenta.
Los días siguientes, hice una denuncia policial, soporté todo lo que implican las pruebas de agresiones sexuales y tomé la píldora del día siguiente. Conté todo lo que pasó relacionado con la agresión a los policías y esa información se compartió con los oficiales de rangos más altos en las fuerzas armadas. La pregunta más importante que todos me hacían fue porque no grite ni hui. Explique que hice todo lo que pude para escapar de mi agresor. Pero implicaban que no hice lo suficiente o peor, que estaba mintiendo.
Quería decirles que era lesbiana y que no tenía ningún interés sexual en lo absoluto en hombres para demostrar que no mentía, pero la DADT me prohibía decir la verdad en una forma segura.
Inmediatamente después de que reporté la agresión, cuando empezó la investigación, se propagaron rumores dentro de mi unidad de que inicié una cacería de brujas y que estaba decidida a destruir la carrera y el matrimonio de mi agresor. Cuando pregunté a los abogados como hablar acerca de mi orientación sexual durante el juicio, me dijeron que me niegue a contestar amparándome en los derechos de la quinta enmienda de la constitución.
Todavía siento que todas las personas a quienes conté lo que ocurrió no me creyeron.
Pero a pesar de lo horrible que fue la agresión sexual, debo decir que el silencio forzoso de la DADT fue la peor experiencia que tuve mientras trabajé en las fuerzas armadas. La DADT fue revocada en 2011, pero hasta ese entonces, ya me había lastimado profundamente, al igual que a muchas otras personas.
En 2016, seis años después de que empecé a trabajar en las fuerzas armadas, decidí renunciar. Llegué a un punto en el que sentí que no valoraban mi trabajo y que podía proporcionar apoyo y mejorar los derechos de la comunidad LGBTQ+ de las fuerzas armadas más efectivamente desde afuera de la institución.
Hice un posgrado y eventualmente me convertí en directora ejecutiva y gerente general de Modern Military Association of America [Asociación militar moderna de Estados Unidos], una organización sin fines de lucro dedicada a mejorar la justicia e igualdad de las tropas LGBTQ+ y de la comunidad de veteranos. Fue un trabajo que cambió mi vida y que me permitió conocer muchísima gente lastimada por la DADT, incluyendo veteranos a quienes se les dio de baja en forma deshonrosa por ella.
Todavía hay muchas personas a favor de la DADT y algunas que desean que no se hubiese revocado. He recibido muchos mensajes de odio de personas que publican mensajes controversiales, quienes preferirían verme muerta por ser homosexual y decir lo que opino, en vez de que siga ayudando a hacer cambios positivos para las tropas LGBTQ+ y para la comunidad de veteranos.
Pero no dejaré mi trabajo en defensa de esos derechos y no dejaré de compartir mi historia, incluso si eso implica estar en un espacio vulnerable y volver a vivir el trauma de la agresión sexual y del silencio ocasionado por la DADT.
Hay mucho más trabajo por hacer para la protección de los intereses y de la integridad de los miembros de las fuerzas armadas de la comunidad LGBTQ+, de veteranos, de sobrevivientes y de sus familias. Yo, nosotros, no nos rendiremos. Cada mensaje de odio que recibo es un recordatorio de que tengo todavía un trabajo importante por hacer.
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